Como definirme..

¿Qué puedo decir cuando no hay nada que decir? ¿Debo pretender estar bien cuando solo quiero gritar hasta quedarme afónica? ¿Seré yo siempre el problema que quiero evitar? ¿Debo dejar de convencerme a mi misma de que estoy bien sola, que no necesito más que la fría soledad?

martes, 31 de julio de 2012

perdOname sii te llamO amOr


Noche. Noche encantada. Noche dolorosa. Noche insensata, mágica
y loca. Y luego más noche. Noche que parece no acabar nunca. Noche que, sin embargo, a veces pasa demasiado rápido.
Éstas son mis amigas, qué demonios... Fuertes. Son fuertes. Fuertes como Olas. Que no se detienen. El problema vendrá cuando una
de nosotras se enamore de verdad de un hombre.
—¡Eh, esperad que yo también me apunto!
Niki las mira a una tras otra. Están en la via dei Giuochi Istmici.
Han dejado abiertas las puertas de su diminuto Aixam y, con la música a tope, improvisan un desfile de moda.
—¡Vale, ven!
Olly camina con un contoneo exagerado por la calle. Volumen al
máximo y gafas de sol oscuras muy fashion. Parece Paris Hilton. Un
perro ladra a lo lejos. Llega Erica, gran organizadora. Trae cuatro
Coronitas. Apoya las chapas en una barandilla y a puñetazos las hace
saltar una tras otra. Saca un limón de su mochila y lo corta en rodajas.
—Eh, Erica, por si te pillan, ¿ese cuchillo mide menos de cuatro
dedos...?
Niki se ríe mientras la ayuda. Mete una rodaja de limón en cada
Coronita y ¡chin chin!, brindan entrechocando con fuerza las botellas y alzándolas a las estrellas. Luego sonríen con los ojos casi cerrados, soñando. Niki es la primera en beber. Respira profundamente y recupera el aliento. Mis amigas son fuertes, y se seca la boca. Es bonito poder contar con ellas. Con la lengua lame una gota de su
cerveza.
—Chicas, sois guapísimas... ¿Sabéis qué? Necesito amor.
—Necesitas un polvo, querrás decir.
—No seas borde —interviene Diletta—, ha dicho amor.
—Sí, amor —prosigue Niki—, ese misterio espléndido, desconocido
para ti...
Olly se encoge de hombros.
En efecto, piensa Niki, necesito amor. Pero tengo diecisiete años,
dieciocho en mayo. Todavía estoy a tiempo...
—Un momento, un momento, esperad que ahora me toca desfilar
a mí...
Y Niki recorre resuelta la estrambótica acera-pasarela entre sus
amigas que silban, se ríen y se divierten con esa extraña y espléndida
pantera blanca a la que, al menos hasta ahora, nadie ha golpeado todavía.

__________________________________________________________________________

—Cariño, ¿estás en casa? Perdona que no te haya avisado, pero

creía que iba a volver mañana.
Alessandro entra en su casa y mira alrededor. Ha regresado antes
a propósito con deseo de ella, pero también con ganas de sorprenderla con otro. Hace ya demasiado tiempo que no hacen el amor. Y, a veces, cuando no hay sexo, ello no significa sino que hay otra persona.
Alessandro camina por la casa, pero no encuentra a nadie, en realidad no encuentra nada. Dios mío, ¿acaso han entrado ladrones?
Después ve una nota sobre la mesa. Su letra.
«Para Alex. Te he dejado algo de comida en el frigo. He llamado al
hotel para avisarte, pero me han dicho que ya te habías ido. Quizá
querías descubrirme. No. Lo siento. Por desgracia, no hay nada que
descubrir. Me he ido. Me he ido y basta. Por favor, no me busques, al
menos por un tiempo. Gracias. Respeta mis decisiones del mismo
modo que yo he respetado siempre las tuyas. Elena.»
No, Alessandro deja la nota sobre la mesa, no han entrado los ladrones. Ha sido ella. Me ha robado la vida, el corazón. Ella dice que siempre ha respetado mis decisiones, pero ¿qué decisiones? Deambula por la casa. Los armarios están vacíos. Conque decisiones, ¿eh?
Si ni mi casa era mía.
Alessandro ve que la lucecita del contestador automático parpadea. ¿Lo habrá pensado mejor? ¿Querrá regresar? Aprieta la tecla esperanzado.
«Hola, ¿cómo estás? Hace tiempo que no das señales de vida. Eso
no está nada bien... ¿Por qué no venís Elena y tú a cenar una noche
con nosotros? ¡Nos encantaría! Llámame pronto, Adiós.»
Alessandro borra el mensaje. También a mí me encantaría, mamá.
Pero me temo que esta vez me tocará aguantar una de tus cenas solo. Y
entonces me preguntarás: «Pero ¿cuándo os vais a casar Elena y tú, eh?
¿A qué estáis esperando? Ya has visto lo hermoso que es, tus hermanas
ya tienen hijos. ¿Cuándo me vas a dar un nietecito tuyo?» Y es posible
que yo no sepa qué responderte. No seré capaz de decirte que Elena se
ha ido. Y entonces mentiré. Mentirle a mi madre. No, no está bien. Con
treinta y seis años además, treinta y siete en junio... Eso está muy mal.







No hay comentarios:

Publicar un comentario